
¡Ojito conmigo!
Con esta frase, uno lanza una concisa advertencia a su interlocutor, el clásico «cuidado conmigo, que estoy muy loco». El español también hace mención al ojo para advertencias de otra índole, como el «ojo, pinta» que se coloca tras pintar paredes, bancos, puertas, etc., cosa que no pasa en otras lenguas como el inglés o el italiano, hasta donde yo sé.
El ojo se dice en latín oculus, oculi, como todo el mundo sabe. La raíz indoeuropea era *okw‑, que es muy fácil reconocer en las tres primeras letras del descendiente latino. La evolución de oculum a «ojo» en español es totalmente regular.
Cuando uno ve la forma latina, la tendencia es a pensar que a la raíz original *okw‑ se le ha añadido un sufijo diminutivo ‑culo‑ (cf. homunculus < homo, ‑inis; musculus < mus, muris). Sin embargo, apuntan Ernout y Meillet en su Dictionnaire étymologique que el sufijo no es diminutivo, sino que “indica un ser activo, de género animado”. Por tanto, no tendríamos un doble diminutivo cuando decimos ocellus; sí que lo tendríamos en la forma rara pero también atestiguada ocellulus.
En la traducción lo he puesto en acusativo, sobreentendiendo que en la estructura hay algo así como «ten ojito», o, lo que es lo mismo, ocellum habe.
Por último cabe comentar algo que sabrá también todo el que sepa algo de latín o de gramática histórica del español. La preposición cum se pospone tras los pronombres de ablativo, es decir, no se dice *cum me, sino mecum, y lo mismo con tecum, secum, etc.
Ocurrió que en español, una vez que la lenición hubo sonorizado la /k/, es decir, la hubo convertido en /g/, los españoles (o lo que quiera que fueran en la península por aquel entonces) dejaron de reconocer que en migo había una preposición que indicara compañía. Lo lógico fue, por supuesto, ponerla (otra vez, aunque ellos no sabían que esto era redundante): «conmigo». Por cierto que en el español actual se escribe en una sola palabra, aunque en los tiempos más antiguos había vacilaciones, como puede ver uno en el CORDE.